Aquellos años de los cortos.


    
     Boedo era algo rústico con casas de pasillos largos y angostos donde el horizonte se perdía entre los colores de la ropa de los italianos colgada de pared a pared, el aroma de las especies fundidas en la diversas comidas típicas de cada comunidad, en fin algo que ya se ha esfumado.
     Caminar por la avenida, ver al vigilante barriga picante, comer un chocolate a escondidas como si fuera el ultimo día de mi vida, escaparme por la noche para ver las estrellas mientras mi hermana hacia ruido con su incansable máquina de coser. El fuerte olor a café se escurría entre las rendijas de la ventilación de los bares donde veíamos a los sabios gritar y dar cátedra de calle, juego, alcohol y humo.
     Así  era Boedo, triste, nostálgico, tanguero y obrero. No había tiempo para ser adulto y soñador a la vez. Solo se depositaba la confianza en el futuro de los hijos esperando que sean doctores o ingenieros mientras nosotros jugábamos a ser grandes pero en pantalones cortos.
     La escuela, la pelota, la Pomona en las fiestas de cumpleaños del hijo del farmacéutico judío, era todo lo que esperábamos como infantes.
     Nos criamos entre lamentos de guerras que jamás vimos, entre desarraigos que heredamos y el sacrificio que aprendimos. 
     Una mañana me levanté como era costumbre y vi sobre la mesa de la cocina dos entradas del cine Unión, creo que provenían de algún sindicato, puesto que en esa época estaban de moda. Así que desayuné, me engominé los rubios cabellos que luego no iban a estar mas y me puse mi mejor pantalón corto y un saco marrón. Partí hacia el cine que no recuerdo bien donde quedaba entonces y me decidí a pasarla como un rey aunque sea solo por un domingo. 
     La cola en la puerta era impresionante, el  frió calaba los huesos y la trama de la tela de mi pantalón se confundía con el entumecimiento de mis poros, cual piel de gallina tiritaban  de nervios y de helada.
     La gente hablaba y hablaba en la cola, no sabía que era lo que iba a pasar pero era algo grosso, se traían algo importante entre manos.
     Las horas pasaban y ya en el hall del pomposo cine nos encontrábamos, la multitud me absorbía y era uno mas entre tantos. Un sonido irrumpió  de golpe, se amuchaban en las puertas guardias y militares, personas que gritaban, niños y viejas que lloraban y un perfume francés lo invadía todo, me paralicé. 
     Evita entraba con sus lujosas pieles y sombreros de primera clase, emergiendo de un oldsmobile modelo 45 espejado como  la luna de otoño.
     La gente empujaba y gritaba pero con mucho mas ímpetu y la diva defensora de los pobres se daba el gusto de compartir un film con todo el pueblo.
     Así  se fue armando ese maravilloso rompecabezas humano del cual yo me encontraba justo detrás de “La Eva”, podía captar su perfume sentir la densidad de su abrigo, observar su rubio cabello recogido y sentirme cautivado por su presencia. Paso a paso me acerque mas hasta invadir su intimidad entre los numeroso flashes de las máquinas de fotos de los reporteros que me segaban,
     Ya en ese mundo de palpitaciones perdí la tutela de mis padres para que un impulso aterrador se apoderada de mí, un escalofrío me corrió por la espina dorsal, la corriente eléctrica se apoderaba de mis extremidades, mis hormonas fluyeron por primera vez y no comprendía ni pensaba, solo obraba y así como el imán se atrae por el metal mis manos se depositaron sobre su parte intima trasera. Nadie lo notaba ni los custodios, ni la gente, ni el boletero ni la misma Eva. Sorprendido por mi acto irracional y motivado por fuerzas extranaturales  no me quedó mas que repetir el  acto. 
     De pronto el frió no estaba mas allí, la gente se había esfumado, la música lo llenó todo y mi cuerpo no resistía.
     Nunca vi la película, nunca se lo conté a nadie, solo me fui silbando un tango bajito con las manos en el bolsillo rumbo a casa.
     Entre en el pasillo ahora iluminado, percibí el aroma de las comidas, observé la ropa de los italianos, sentí el ruido de la máquina de coser, un plato de comida me esperaba junto a mi madre y a la radio. A las preguntas solo supe responder: “...la película estuvo mas que apoteótica...”. Encendí una vela junto a la caricia de mi madre leí velozmente mi ultima historieta, despidiéndome de la niñez y le dije a mi vieja: “Mamá... ¿cuando me vá a comprar los largos?”.


A mi amigo y consejero “El Pelado” Alberto.
Por Fernado Chinnici 
Ajustado agosto del 2001.

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